No derramé ni una lágrima al ver como te marchabas; ni una, a pesar de que me sentí muy sola en medio de la estación mientras me despedía de ti con la mano.
Un rato después, al entrar en la estación de metro, de vuelta a casa, la soledad cayó sobre mí como una pesada losa.
Las lágrimas acudieron en masa a mis ojos.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.